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Gwen John. La pintora del silencio.

Los autorretratos de las artistas a lo largo de la historia del arte ofrecen una nueva perspectiva sobre la figura de la mujer alejada de la mirada tradicional masculina. Es ella quien reflexiona sobre su lugar en el mundo a través de su experiencia.


Gwen John es una pintora británica de principios del siglo XX que se autorretrata de una manera íntima y tradicional a través de la auto-representación, pero lo hace también de una forma sutil e incluso inconsciente con pinturas en las que ella no aparece: a través de otras mujeres con las que se identifica o en escenas interiores de su propia casa que reflejan su mundo interior. Observando su obra podemos intuir que trabajaba despacio, construyendo su pintura gradualmente. Alcanza casi una cualidad espiritual a través de la contemplación y la lentitud.


Nacida en Gales en 1876, estudió en la reputada Slade School of Fine Art de Londres, siendo la suya una de las primeras generaciones de mujeres aceptadas en la escuela. Muchas de sus compañeras pronto se casaron y abandonaron la profesión para dedicarse al cuidado de la casa y los hijos. Gwen John, sin embargo, protegió ferozmente su independencia y su necesidad de soledad mudándose a Francia, llevando una vida extremadamente sencilla. Esta sencillez se reflejaba también en sus obras y su paleta. Sus colores son tierras, blancos y grises pálidos que aúnan lo cálido con lo frío. Sus temas se centran en detalles de la vida cotidiana a los que vuelve una y otra vez durante toda su vida.


Sus autorretratos tienen una fuerza particular. Gwen John se pinta como una joven que mira directamente al espectador. Con sobriedad y sencillez, pero con una presencia firme, demuestra cómo podía controlar la pintura de un modo en que no podía controlar la vida.




Su figura ha estado fuertemente ligada a dos nombres masculinos. Uno fue su hermano menor y también pintor Augustus John, que alcanzó gran fama en vida. El otro fue el mundialmente conocido escultor Auguste Rodin de quien fue modelo y amante. Como tantas otras, vivió mucho tiempo a través de un hombre que la superaba en edad, reconocimiento y poder, marcando los siguientes años su vida en un sentido trágico.


Pero incluso en los momentos más turbulentos de su relación con Rodin, John consigue pintar con una fuerza extraordinaria que se manifiesta a través de un exquisito control. En su trabajo, usa la sumisión que caracterizaba su relación y la revierte, convirtiéndose en los sujetos de sus pinturas, como modelo y como artista.


Gwen John ignoró la revolución artística que estaba sucediendo a su alrededor en París y creó su propio mundo, una vida que giraba en torno a la pintura y una soledad que le garantizó la independencia que tanto ansió, convirtiéndola en la pintora del silencio.

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