Desde el inicio de la humanidad se le ha adjudicado a la mujer un papel muy claro y definido en el que se ha silenciado su voz y su ser. Se ha invisibilizado su figura y sus logros tapándolos con nombres masculinos durante siglos.
En el campo del arte, se la ha pintado, dibujado, esculpido y representado en infinidad de ocasiones y todas ellas con algo en común: la mujer ha encarnado siempre el papel de cuerpo y objeto, consumida y dominada, deseada, siempre observada bajo la mirada y las inquietudes del hombre.

Con este proyecto, se reformula esta visión tradicional para otorgarle a la mujer el papel y la voz que le corresponde. Para recuperar el auténtico significado de su cuerpo y su vida. Que no es más que aquel que ella misma decida darle.

Ahora, es ella quien se pinta quien, desde una óptica intimista, de reflexión y de empoderamiento, a partir de sus experiencias personales pinta y representa a la figura femenina con una visión que podría evocar a la de tantos pintores hombres de la historia del arte: mujeres recostadas, en actitudes pasivas, con grandes notas de soledad, vacío, miedo y miradas ausentes.

Sin embargo, ya no se trata de símbolos de debilidad, sino como búsqueda introspectiva de una misma.
En un mundo en que los esfuerzos y las adversidades se multiplican cuando eres mujer, este proyecto busca recordar a todas las mujeres que lo necesiten que tienen el derecho a dudar o tener miedos, sentirse perdidas o fuera de lugar, titubear y perder la emoción en ocasiones.

Porque ello no quita nuestro valor ni quiénes somos. Y en ocasiones necesitamos que nos lo recuerden.

La mujer ha dejado de ser observada y pasa a ser la observadora del mundo en el que vive y de las posibilidades infinitas que en él existen y que es capaz de conseguir. Con resiliencia, superación y mucho amor hacia sí misma y hacia lo que hace.

Como una flor en pleno jardín a la llegada de la primavera.